8 de Abril de 2022 a las 09:52
Arte, Hormigón, Rehabilitación
Este es el primer artículo de una serie que dedicaremos a la rehabilitación de edificios, una especialidad en el sector de la construcción que actualmente supone más del 30% de la actividad y que precisa de profesionales especialmente bien formados y sensibles con lo existente
Aunque actualmente parece que todo debe pasar por las ayudas europeas dirigidas a la rehabilitación de edificios residenciales, con el requisito imprescindible de reducir su demanda energética y mejorar la eficiencia de los sistemas, la rehabilitación incluye muchos otros aspectos que también merecen atención: desde la valorización de las intervenciones de mejora en habitabilidad como acción social, a la puesta en valor del patrimonio arquitectónico, pasando, evidentemente, por la rehabilitación estructural que garantice la perdurabilidad de lo construido y la seguridad de los usuarios.
En este artículo vamos a hablar de la intervención profesional en obras artísticas, que puede parecer que no nos atañen al colectivo pero que, cuando se encuentran ubicadas en las fachadas de los edificios o en los distribuidores de acceso y han estado realizadas con materiales como la piedra, el acero, la cerámica o el hormigón, forman parte del proyecto y exigen una atención especial aun cuando no estén catalogadas o protegidas.
Ciertamente, durante las décadas de los 50’s, 60’s y 70’s diversos arquitectos vanguardistas incorporaron en sus proyectos arquitectónicos, sobretodo en edificios corporativos, disciplinas artísticas que añadían valor: murales de cerámica en los vestíbulos; mosaico y vitrales en las entradas jugando con las transparencias y los juegos de luces; y elementos esculturales de hormigón, acero y/o piedra a modo de frontispicios o dando carácter a las pilastras en fachada.
La rehabilitación de estos edificios, pasados 60 años, es hoy día común, dadas las exigencias de adaptar la edificación existente a las crecientes prestaciones que imponen los códigos técnicos, las normativas, los decretos y ordenanzas, en algunos casos ciertamente difíciles de incorporar a edificios que han quedado obsoletos pero que, desde un punto de vista medioambiental, es mejor rehabilitar que deconstruir y substituir por otro de nueva construcción.
Cuando estos elementos artísticos están catalogados y protegidos como bienes de interés cultural (BIC), sea nacional (BCIN) o local (BCIL), fácilmente se incorporan restauradores y expertos en la obra artística que participan en todo el proceso desde el diagnóstico del estado en que se encuentra la obra hasta las técnicas más adecuadas para restituir, reparar, sanear, limpiar o cualquier otra intervención que se considere necesaria. Pero existe un buen conjunto de obra artística desprotegida que precisa, por tanto, de la sensibilidad de los profesionales que deben intervenir y que, como mínimo, deben informar e informarse de lo que encuentran antes de tomar decisiones irreparables.
Experimentando con el hormigón
La voluntad de los arquitectos de experimentar con el hormigón, un material que se impuso durante casi toda la segunda mitad del siglo XX, se muestra de distintas maneras: más allá de las huellas que dejan los encofrados sobre la superficie, lo que ofrece un catálogo de texturas y acabados casi ilimitado, está la elección de los propios materiales y componentes, que ponen en valor la elección de los áridos tanto por sus características mecánicas como por sus propiedades estéticas, sin obviar la misma puesta en obra mediante sistemas como la inyección o la química del hormigón con la incorporación de aditivos.
Para los artistas, este “nuevo” material también supone un descubrimiento, con la promesa de una durabilidad infinita que permita envejecer la obra artística como una ruina en lugar de como un amasijo de hierros (como diría con sus propias palabras Josep Maria Subirachs, artista que culminó su carrera con los conjuntos esculturales de la Sagrada Familia). También Picasso y Nesjar en los frisos de la sede del Colegio de Arquitectos de Barcelona usan el hormigón como el material con el que experimentar nuevas maneras de realizar esgrafiados, al chorro de arena, dejando al descubierto los cantos de basalto embebidos en un hormigón blanco percolado.
Como vemos, un lenguaje que nos es propio de la profesión y que nos obliga a recapacitar sobre nuestra responsabilidad durante los procesos de rehabilitación cuando nos encontramos con edificios singulares, intervenciones “difíciles” o proyectos exigentes.
Afortunadamente, existe ya literatura “científica” al respecto y trabajos de arquitecta/os técnica/os especializados en estas cuestiones que nos ayudan a determinar por ejemplo, las disfunciones, a documentar de forma metódica las lesiones y a hacerse una idea de cómo envejecen y evolucionan los materiales utilizados y expuestos, la mayoría de ellos, a la intemperie: lesiones físicas (pátinas de suciedad, meteorización), mecánicas (fisuraciones, desprendimientos), químicas (oxidación) y biológicas (mohos, hongos).
También hay muy buenos profesionales de la Arquitectura Técnica, expertos en materiales de construcción, en diagnosis y en técnicas de intervención en la edificación que, además de todas las habilidades, competencias y atribuciones que les son propias, saben identificar los valores y atributos de obras artísticas que, con suerte, se encuentran en los edificios en los que participan. Y digo con suerte porque intervenir en el patrimonio arquitectónico es una suerte, y también una responsabilidad que exige un nivel de conocimiento amplio, multidisciplinar y sobre todo atento y cuidadoso.
Los técnicos que intervienen en rehabilitación de edificios deben disponer de esta formación para evitar problemas como las intervenciones desafortunadas (quizás bienintencionadas, pero evidentemente ignorantes) que aplican pinturas diversas sobre un hormigón que debería ser visto porque así lo consideró el autor. Y para saber qué quería el autor, si éste no está vivo para preguntárselo directamente, es necesario documentarse, consultar las fuentes primarias, los expertos en la obra artística, los conservadores, los archivos familiares, las fotografías históricas e incluso, si es posible y son accesibles, los documentos originales de obra como memorias, planos o incluso facturas.
Así pues, para evitar intervenciones desafortunadas, desmantelamientos de emplafonados cerámicos artísticos en los vestíbulos o la destrucción de obras escultóricas incorporadas en edificios sometidos a procesos de rehabilitación y adecuación a nuevos usos, no sólo es necesaria una formación tecnológica de alto nivel y saber trabajar en equipo. Hay que conocer lo que se tiene entre las manos y ser consciente de sus valores. En definitiva, cultura.
Montse Bosch, Arquitecta Tècnica y Joan Ramon Rosell, Arquitecto Técnico. Profesores de la Universitat Politècnica de Catalunya y miembros del Grupo de Investigación GICITED